Los que me conocen saben de la admiración que profeso hacia este videojuego, los que no pronto os daréis cuenta de ello. Hay varios que, a finales de los años 80, hicieron que gastara, principalmente en un bar que había en mi calle, moneda tras moneda lanzando shurikens, dando puñetazos y patadas, golpes de katana y haciendo uso de magia cuando era necesario, y todo ello acompañado por una música sencilla pero pegadiza, algo habitual en las producciones de Sega de aquellos tiempos.